Cuando nos reímos o cuando sobreviene el llanto, no hacemos más que expresar el milenario instinto desplegado en emociones de extrema autenticidad que cabe en una situación ingenua, absurda, desopilante, dolorosa o dolorosamente insoportable.

Desde aquel bípedo sapiens a este bípedo cibernético tanto la risa como las lágrimas nos han acompañado en todas las Eras permitiéndonos adaptaciones a la misteriosa fogata primitiva, al combate sin cuartel contra animales gigantescos y, a la aceptación de aquellos desproporcionados meteoros, volcanes y glaciares, para arribar al siglo veintiuno con la Inteligencia más nutrida, las destrezas mejor afinadas y las capacidades de respuesta -menos titánicas- pero con supremos grados de exactitud ante las arduas dificultades de la Globalización y su símbolo más popular, los celulares de ultimísima generación.

En ese sentido, nuestro genio particular ha superado todos los desafíos, tanto en la remota Edad de Piedra como en la actual etapa de los microchips, las enriquecedoras diversidades culturales y de género mas todos sus versus y etcéteras.

La estadigrafía mediante potentes guarismos y cuadros coordenados puede dar cuenta de lo hecho.

Hemos fundado la Historia, la Ciencia y los convencionalismos sociales para poder descubrir y encauzar el dominio de los arcanos de la vida estimulados por la Voluntad, la Belleza y el amor al prójimo beneficiándonos con la Razón de sus verdades relativas.

El Entusiasmo nos ha sostenido siempre. Sin claudicaciones.
Y siempre hemos salido airosos empujados por el persistente esfuerzo colectivo.
Con la sencilla satisfacción del deber cumplido y la fe renovada para nuevas pruebas aquí somos y allá vamos. Con vanagloria sea dicho, somos invencibles.

Amos de tantas conquistas, sin embargo, no hemos resuelto aún los enigmas de nuestras propia fragilidad personal individual: la mundana, la de todos los días.

Esa incertidumbre oscura e inexplicable que cada día reaparece en nuestra cabeza y nuestro cuerpo ostentando sus disfraces horrendos con que nos atemoriza, nos angustia y nos deprime. Una secuencia maldita que bloquea nuestros objetivos y proyectos cualesquiera sean sus intensidades y alcances.

Nos referimos a la Ansiedad negativa. La que no crea, la que no nos deja desear, la que mortifica martillando instante por instante. La que come nuestras vísceras.

Cuando esa Ansiedad intrusa asume su fuerte caracter protagónico, la desesperación se cierne sobre nuestro día a día. Por ser incomprensible se nos hace incontrolable y al no poder controlarla elaboramos recursos ritualistas más desconcertantes todavía con qué sobrellevarla.

Su inmediata consecuencia consiste en enfriar nuestros afectos, derrumbarnos la identidad y suscitar el abandono de toda entereza. Así, la Ansiedad comienza a ganarnos la partida.

La Ansiedad se convierte en Trastorno y éste nos usa para instalar hábitos indeseables, nocivos y sobre todo, engañosos por fantásticos: El enunciado es inagotable.

Damos solo algunos: Proferimos consignas volátiles prejuiciosas; (no puedo hacer nada bien; si no es perfecto no sirve).

Pretendemos protección metidos en un entorno tremendamente invasivo de basura, objetos inservibles y olores inaguantables; Combatimos equívocos absurdos; (soy mala persona, soy inútil, soy feo).
Nos Iniciamos en eventuales adicciones (tabaquismo, alcoholismo, drogas, bulimia, anorexia).
Huímos de peligros y amenazas inexistentes; (me van a juzgar mal).

Distorsionamos hasta la exageración nuestros vínculos afectivos más íntimos, los más queridos y ó simple y dramáticamente nos dejamos estar, en casa, en la cama ó en la vía pública.

Tomamos la insufrible decisión de abandonar nuestro hacer y nuestro qué hacer. Nos deprimimos. No somos, estamos.

La respuesta a semejante desolación es simple y compleja a la vez:

¡hay que seguir!

¿Cómo? Nos preguntamos.

En esa huella, la investigación científica en el campo de las grandes corrientes psicológicas encontró dentro de la Terapia Cognitiva Conductual (TCC) las leyes de un derrotero que habilita el abordaje terapéutico cuyas maniobras propician el retroceso y, mejor aún, la desaparición de ese odioso Trastorno mediante procedimientos  e instrucciones específicas  cuya gradualidad a través de  un programa asertivo estricto y efectivo guiado por el terapeuta desarma la Ansiedad negativa, el Trastorno ocasional y, por lo tanto, remueve los ritualismos excéntricos devolviéndonos la carcajada descomunal o las lágrimas para el consuelo veraz y cabalmente humano que refleje con honestidad la sensible fe anímica del bípedo que todos merecemos expresar sin máscaras ni pudores.-

Adrián Carrillo
Psicólogo
Mat. 8368

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